Carta del Alerce de Vegapujín a su hermano el Abeto de Villager.
Hermano Abeto de Villager,
Te quiero comentar querido hermano, que en estos primeros días
de Agosto, están ocurriendo cosas singulares en mi entorno, que no acabo de comprender.
Hoy, muy de mañana, cuando los primeros rayos de sol
acariciaban las mas tiernas hojas de mi copa, siento unas manos amigas que con suma delicadeza me liberaban poco a poco, de
esos constantes dolores producidos por esa yedra enemiga.
Si hermano amigo, esas manos me son bien conocidas, ya en
otras ocasiones hace muchos anillos, arrancó con suma delicadeza la maligna raíz como lo ha hecho hoy. Cuando cedieron los
tirones y noté como esas manos se deslizaban suavemente acariciando mi dolorida corteza, cedió también toda presión en mi
tronco, y mi savia fluía libre y sin trabas hasta lo mas alto de mi ser.
Fueron sensaciones de bienestar saber, que hay quien se
preocupa y cuida de nosotros, nos respeta y quiere, y no nos maltrata o hace desaparecer, como le ocurrió hace ya muchos
años a mi hermano gemelo, que un día desapareció y me dejo en la mas completa soledad.
Se me fue un hermano y por fortuna, he recuperado otro que
crece a los cielos en la casa amiga del Cazador, que le cuida y mima como se merece, en ese hermoso valle de Villager de
Laciana.
Como tú sabes, el rio de la Viliella acaricia mis raíces con
sus recuperadas cristalinas aguas, y mi sombra tendida en su lecho, ha descubierto, que donde hace años no quedaba vestigio
de vida, ¡oh milagro! despacio y como siempre en silencio, del renovado puente, a diario, dos hermosas truchas de lomo
dorado, aparecen a saludar mi imagen.
Buena señal hermano Abeto, que la Flora, la Fauna y el ser
humano, comprendan, que un gran respeto mutuo y una amable convivencia, son condiciones necesarias, para que el futuro de
todos sea más llevadero.
Tengo la sensación hermano mío que ya no estaré solo en esta
huerta junto al rio, donde un día, mandó plantar dos jóvenes alerces un Caballero Laureado.
Te comento, que también la huerta donde mi vida transcurre,
ha sido liberada de la maleza que tanto la afeaba, y que un ser humano anda todos los días de aquí para allá, haciendo no
se que cosas.
Con un armonioso movimiento de mis ramas, te envío la más
cálida brisa envuelta en los perfumes de este valle, como signo de amor y cariño, del Alerce de Vegapujín, a su hermano el
Abeto de
Nano35.
MÁS RELATOS.
….y asombrados de tal lucha,
levantaron,
de piedra la cabeza,
los Toros de Guisando.
f.m.b.
En Vegapujín a mediados del Siglo XX
La testuz de los dos toros se unió en un golpe seco y terrible
que nos paralizó el corazón a Pano y a mí, a pesar de que lo esperábamos y fuimos causantes de lo que pudo ser una desgracia.
La furia con que se embistieron, era la consecuencia del odio acumulado en el transcurso de todo un año.
Eran dos hermosos toros adultos, el de Toribio, recortado,
plateado y con una cornamenta que le daba un porte de indudable fiereza, destinado a cubrir las “vacas de leche”, es decir
aquellas que todos los días salían por la cuesta de la Iglesia camino del pasto de Valdepozo.
El nuestro, el de Fernando Bardón, algo mayor, de preciosa
estampa, serrano y con unas defensas que imponían, había sido elegido por su porte y belleza, para cubrir las vacas de “la
pareja”, nobles y esforzados animales, que siendo fuertes y bien domadas, se encargaban de todas las faenas del campo,
acarreando hierba, arando, tirando de carros llenos de estiércol en tiempos de sementera por caminos imposibles, acarreando
piornos, recogiendo el centeno de las tierras altas, en fin, esforzados animales, que aun conservaban fuerzas para parir,
criar sus terneros y ofrecernos por si fuese poco, su deliciosa leche, que mi querida abuela, transformaba en aquella
inigualable mantequilla.
Como se puede apreciar, los dos toros tenían bien definidas
sus obligaciones, el de Toribio, marchaba todos los días con las “vacas de leche”, y el nuestro se movía entre el prado al
lado de la casa y la cuadra.
No se veían pero se intuían, y los mugidos al estar por las
tardes recluidos en sus cuadras, retumbaban poderosos en la Peñona que los impulsaba valle abajo.
Un día cualquiera, pero de esos que hacen época, Pano estaba
guardando su toro y yo el nuestro, y sin mediar palabra con la irresponsabilidad de los pocos años, dejamos abiertas las
cancelas y de una manera lenta, calculando las distancias al milímetro, se fueron acercando los dos toros y a la altura
del Pinganito chocaron sus poderosas cornamentas, como relato al comienzo de esta verídica historia.
A partir de ese momento, lo recuerdo todo como un sueño, las
fuerzas desatadas de la Naturaleza estaban reflejadas en aquellos dos colosos delante de mis ojos, se empujaban con fuerza
uno contra el otro, ganando y perdiendo terreno según la circunstancia y el desnivel del mismo, acompañado de un bramido
sordo y un resoplar violento que me helaba el corazón. Me di cuenta de lo que habíamos provocado, cuando apareció mi abuelo
Fernando, que con su voz de barítono atronó el espacio gritando, ¡separarme esos toros! Y allí estaba, como no, mi tío
Manolo, que después de fulminarme con su mirada, la emprendió a golpes con una ijada a los dos luchadores. Todo era inútil,
les arrojaron cubos de agua y ellos cada vez luchando con mas denuedo, hasta tal punto, que las pezuñas de su patas
delanteras apenas rozaban el suelo, y sus cuerpos formaban un arco tenso que comenzaba en las patas traseras afianzadas en
el camino, pasando por sus cervices combadas por el esfuerzo.
Desde el Pinganito, luchando denodadamente, dejaron atrás la “Casa
del Cura”,y se encaminaron calle abajo por delante de nuestro postigo, para doblar hacia el rio. Delante de las puertas de
nuestro corral, pensamos poder separarles, pero fue imposible, con más rabia si cabe, trataban de derribarse o
arrinconarse para conseguir la victoria, que después de media hora, aun no se intuía el final dadas las fuerzas tan
igualadas.
Nada mas llegar a la altura del hoy famoso alerce, se adentraron
con furia denodada en el rio como si presintieran el final y aquí el espectáculo fue épico, el agua lo cubría todo
salpicando el espacio convertido en una nube, donde las redondas piedra del rio salían despedidas de sus pezuñas como
arrojadas por una honda. ¡Qué espectáculo Dios mío!
En un último esfuerzo nuestro toro, sacó a su oponente del rio, y
por primera vez pudo arrinconarlo contra la pared del huerto de Maruja, quedando a su merced.
La rápida acción de mi tío y las pocas fuerzas que le quedaban al
toro, evitaron la tragedia, ya que el cuerno izquierdo quedó peligrosamente apoyado en el costado del vencido.
Los toros fueron llevados a sus respectivas cuadras, y yo me
encaminé a nuestra casa con el ánimo encogido esperando lo peor. Nadie me dijo nada, mi abuelo en la cena no realizó el
mínimo comentario, por lo tanto y por respeto se ceno en silencio. Yo no sabia que pasaba, ya que estaba dispuesto a asumir
toda la culpa de lo ocurrido, así que me fui a la cama con las imágenes de aquella lucha singular, y un enorme sentido de
culpabilidad.
Al día siguiente, muy temprano, estaba limpiando la cuadra de
nuestro toro, cuando se acercó mi abuelo Fernando, y con un timbre de voz que nada se parecía a una regañina me dijo:
-Anda rapaz, vete al prado, siega un buen cesto de
“verde” que “tu” toro bien te lo agradecerá-.
Con esas para mi, dulces palabras, se selló aun mas si cabe
el cariño que mutuamente sentíamos, y que hoy añoro. Fue un hombre justo y por lo tanto bueno mi abuelo Fernando, y que a
mi me parecía y aun me parece hoy, que su enjuta figura y su deseo de “desfacer entuertos” semejaba al gran mito de nuestra
historia literaria Don Quijote de la Mancha.
La lucha fue muy comentada, y la leyenda le dio la aureola que estas
gestas acompaña, aumentando según el “comentarista” los hechos que de por si fueron tremendos.
Estando yo en el prado segando “el verde”, del “medio el pueblo” se
escucho un magnifico mugido, que desde la Viliella fue contestado prontamente con otro no menos poderoso. Bien, me dije,
ellos han sobrevivido, yo tengo las costillas intactas, ¿Qué mas se puede pedir? Ha merecido la pena.
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OTROS RELATOS.
En recuerdo a mi abuela María, mujer de Fernando |
Los rayos solares de aquel caluroso verano, daban frontalmente en
la torre de la iglesia del pueblo sin dejar sombras, iluminando totalmente su fachada, señal inequívoca que eran las doce
del medio día.
Una mujer, pequeña de estatura, vestida completamente de negro,
encorvada por el peso de los años y dos cestos de comida, iniciaba la ascensión hacia las Chanas, donde dos de sus hijos y
un nieto, segaban el centeno, que apoyaría la alimentación de todo un año.
Esta mujer, que había parido once hijos y sacado nueve adelante,
tenía un recorrido de hora y media por cuestas interminables, con un sol de justicia y dos cestas con comida caliente para
cuatro personas. Si, este prodigio de tesón y abnegación, era la abuela María, aquella que cuando ordeñaba las vacas le
decía a su nieto ofreciéndole la cañada, -toma bebe rapaz, que está caliente-, sin preocuparse por supuesto si había que
hervirla antes o no. Su concepto de la equidad, la hacía freír dos huevos para el hijo mayor, porque era el que soportaba
el mayor peso de trabajo, y sabía que a nosotros, nos tenía que bastar con uno, no había para más.
De estos personajes no habla la historia, pero si lo debemos hacer
aquellos que conocimos sus hechos, que hoy recordamos como si hubiese sido ayer. Cuando nos llenaba las cazuelas de aquel
rico guiso de patatas calentado en un fuego de leña y superpuesto milagrosamente sobre las oscuras trébedes, y ella, con
su cazuela llevada en la palma de la mano, salía a darle de comer al gocho, y volver ya comida. No se sentaba ni para ese
vital menester, sus interminables faenas domesticas no le daban respiro y aun de pasada, tenía el gesto de acariciarte
pasando su trabajada y áspera mano por la cabeza. ¡Que asombro causaba la abuela María! y hoy, en la enorme distancia del
tiempo, su recuerdo se agiganta casi como un hecho irreal. Su estirpe fue irrepetible, no sabía leer ni escribir, tuvo un
hermano General Laureado, y una hermana que en las largas tardes de invierno, recitaba poesías populares de memoria y
aprendidas de oídas. Si abuela María, tu testigo fue recogido por tus nueve hijos, que siguieron fielmente tus enseñanzas,
y estos a su vez entregado a tus nietos, que son los que hoy a través mío, en estas entrañables Fiestas Navideñas de amor
y recuerdo a los seres queridos, quieren honrar tu memoria.
Fernando Moreno Bardón
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